martes, 24 de agosto de 2010

DE TI

De tí, hoy sólo me queda tu recuerdo, un recuerdo impreso en mi piel con amor indeleble; esa piel que nunca recorrió la tuya, que nunca sintió el calor de tus manos ni la dulzura de tu deseo. Esa piel mía, tan seca como un desierto, tan dura como una roca, tan solitaria como tu recuerdo.
De tí, hoy sólo me queda la tristeza, esa tristeza que se cansó de deambular por valles y montañas, que se mojaba los pies en un triste río de sueños congelados y recostaba su triste cabeza en un triste sol que de cansado derramaba sobre el cielo la triste acuarela del ocaso.
De tí, hoy sólo me queda la soledad, la soledad que tanto amo, la soledad por la que vivo, por la que muero, por la que existo y desaparezco. Esa soledad que bebo como vino seco para emborracharme de tí, para llenar los cuatro puntos cardinales con tu nombre; solo tu nombre. Solo mi soledad, que es tu nombre, solo tu nombre que es mi soledad, tan obscura y sola, tan gris como el invierno. Esa soledad que se precipita en aguaceros de melancolía, que inunda mi pecho, que arrasa con mi cordura, que ahoga mi paciencia.
De tí ya no me queda nada de lo que nunca tuve, más que dos recuerdos, en uno guardo tu sonrisa, sonrisa con sabor a distancia con el cabello recogido. Sonrisa de dientes blancos, de labios prohibidos. Esa sonrisa tuya, tan parecida a la mañana, impregnada de rocío y con olor a brisa de verano. En el otro conservo tu mirada, esa mirada angelical que se suelta el cabello para que el viento la bese con ternura, esa mirada que hiela mi sangre y erupciona en mis sentidos, mirada de volcán, de selva virgen, mirada de jardín, ojos de arcoíris, iris en el aire, aire de pestañas vueltas al amor.
De lo que nunca fue, de lo que nunca tuve ya no me queda nada, aunque a veces me parece que el eco de tu voz anda rondando junto a mi tumba; tu voz que se volvía suspiro cuando estabas junto a mí y ahora susurra un adiós que destroza mi vientre, que se acumula en mi tórax, que despedaza mis oídos.
Tu voz fue lo primero que alejaste de mí y lo último que me abandonará; la llevaré siempre como una sinfonía del silencio, como un réquiem de la esperanza, como la daga que cortará mis venas en el sacrificio de tu partida.
De tí ya sólo me quedas tú... y a tí, de mí, sólo habrá de quedarte el olvido.
Juan M. Solís

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