martes, 24 de agosto de 2010

42 LADRILLOS

Nuevamente miro el reloj, lo he visto tantas veces que las manecillas parecieran incrustarse en mis ojos como si fueran saetas lanzadas por la invisible mano del tiempo para atravesarme cada minuto que falta por nacer. Pasan cinco minutos de las ocho horas, se viene una barbaridad de comerciales antes de que en cualquier momento empiece mi gloria y mi infierno.

       La puerta de metal se abre y nuevamente, como todos los días, vos estás frente a mí. Hoy venís sonriente como pocas veces y dejas caer en la atmósfera un - ¡Buenos días!-, que a mí me suena a sinfonía, ¡EH!, que no exagero, cada vez que vos hablás los coros angélicos y celestiales son un poroto, Mozart es un triste músico callejero y los canarios son simples chifladores desafinados; que no exagero, ¡ lo juro!

     Otra vez estás frente a mí, usás un vestido escotado que deja ver la blancura de tu piel, esa piel que parece no dormir nunca, siempre fresca, lozana, con sabor a agua de manantial y con el aroma de la vida hecha rosas- y ¡qué caras las rosas!-, que por eso nunca he podido traerte un ramo, y olvidate que las arranque del jardín de mi vieja, te aseguro que me mata la vieja, me mata...

      Tu cabello, entre el trigal y la noche, está de verdad espléndido, libre, suelto, sin esas odiosas colas que a veces te ponés y me amargan la fiesta de ver tu cabellera flotando en las transparencias de lo cotidiano.

     ¿ Vos sabés cuánto odio esos malditos hules que le roban a tu cabello su gracia, que ahorcan como hierbamala cada una de tus hebras?, no, no lo sabés, qué vas a saberlo, y si lo supieras poco te importaría la opinión de un pelagatos- ¿ qué tendrán de especial los gatos para ser víctimas de los estilistas de la pobreza, acaso no habrán otros animalejos más fáciles de despellejar o desplumar, digo yo, no?- ; que sabe tanto de estética femenina como de la teoría de la relatividad. ¡Qué relativo es el amor, por Dios!

     Es dura esta rutina para mí, tu escritorio está de frente al mío, únicamente nos separan cuarenta y dos ladrillos de 20 x 20, rojos y blancos; mirá vos, como el uniforme de River, hasta para eso soy un pelotudo, ¡ yo soy de Boca!, cuarenta y dos ladrillos pulidos hasta la exageración y que fueron comprados en una rebaja de almacén, imaginate, cuarenta y dos ladrillos; son tantos que algunas veces me pongo a jugar partidas de Damas contra mí mismo... es curioso que nunca logro ganarme.

     Cuarenta y dos ladrillos, cuatro decenas y dos unidades, tres docenas y media, la frontera final que nunca supero, son una especie de muralla china plana, un campo minado centroamericano, una franja de conflicto sino-palestino; son cuarenta y dos ladrillos, -¿qué sé yo?-, de cobardía.

     Sin embargo, no es solo el piso, tu indiferencia también me detiene, ¿ para qué cuernos quiero llegar a donde estás y decirte que me muero por vos?, para nada, si pasás ocho horas sentada en ese gris escritorio y ni una sola vez me mirás; simplemente no existo para vos y me lleno de una bronca bárbara cuando hablás con todos los que laboran en la oficina, mirá que hasta el mensajero, ese gil que va a la esquina a comprarte los puchos o un refresco, se roba de tu boca una sonrisa y se guarda tu voz en los oídos. Tu boca, es divina - digo yo-, carnosa y con los labios rojos como las cerezas, esa boca que retiene los besos que en sueños te quito, esos besos que me bebo como al mejor aguardiente y me embriagan cada noche mientras doy mil vueltas, como una calesita, en la cama, tratando de no pensarte.

      Y cuánto más me ignorás, más me muero en vida, tanta es mi desesperación que incluso he pensado seriamente en suicidarme, pero me asustan las armas de fuego, y lanzarme al vacío de un puente -¡qué boludez!-, ni loco, me aterran las alturas; ¿ahorcarme?, ¡no!, siento que me asfixio. ¿Envenenarme?, paso, si las rosas son caras, los productos de las boticas son incomprables.

      ¿ Podés imaginarte entonces mi agonía?, si vivo no te tengo y si muero te pierdo, mas no tengo el valor de privarme de la existencia, por vos y porque tengo más deudas que país del Tercer Mundo; debo la tele, no he pagado la luz ni el agua, menos el teléfono y -ya que hablo del teléfono-, hasta de ese aparatito tengo celos cuando lo llevás tan sensualmente el auricular hacia vos y le susurrás ¿ qué se yo?, tantas cosas, y lo recostás en tu hombro para garabatear una dirección, un nombre o concertar una cita.

       Qué diera yo por convertirme en microonda o ser un simple ring que se cuele en tus oídos para decirte que te amo.

      Cada día invento una nueva forma de mirarte, si hasta he practicado hipnotismo para hacer que me mirés. Con la vista fija, de reojo, a través de un espejo que coloqué ingeniosamente en mi escritorio; tras unos anteojos oscuros, por un diario o una revista agujereada; son tantas las formas de mirarte que ya te sé de memoria, conozco tus gestos, tus lunares, tu modo de hablar o de acariciarte el cabello, te conozco toda, de los pies a la cabeza, de ancho, en tercera dimensión, tus cuatro puntos cardinales, tus piernas, tus pechos, tu ombligo, te conozco toda...

       Y vos seguís ignorándome; llegás, estás y te vas sin pensar  siquiera que en un escritorio de madera carcomida y vieja, frente al tuyo, hay un loco que te ama, que te sabe ajena, prohibida, lejana y que se come las uñas porque no le alcanza para el almuerzo, que ha bajado de peso, que tiene el cabello largo y se dejó crecer la barba para poder levantarse más tarde cada día y no perder tiempo rasurándose.

      Un loco que le tiene nombre a las cucarachas y a las arañas que merodean por el techo de su dormitorio, que no puede conciliar el sueño, pues cada vez que cierra los ojos aparecés vos con tu sonrisa que sabe a lluvia - por cierto que el invierno ya llegó y mi paraguas lo tengo prestado al que hace la limpieza en el laburo-; aparecés con tu cuerpo desnudo que me llama y en cuanto llego se marcha burlón.

      ¿Quién sabe?, quizás un día de estos yo también me vaya tras la soledad, o tal vez una mañana tu gris escritorio, tu computadora, a la que tecleas como maniática, o el bendito teléfono aparezcan vacíos de vos, tal vez una mañana ya no crucés la puerta de metal a las ocho y cuando lea la pagina de sociales me entere que te fuiste buscando un apellido y tu debut en sociedad.

       ¿Quién sabe?, probablemente yo siga jugando a las Damas en los cuarenta y dos ladrillos rojiblancos y cuando levante la vista otra cara, otra boca, otro cabello, otro cuerpo estarán haciendo sufrir a otro pelagatos - y dale con los gatos- soñador.

Juan M. Solís

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