miércoles, 25 de agosto de 2010

CONSIDERACIONES

I

El mar está calmo y sólo a lo lejos se observa una pequeña ola que juega a deslizarse en los suaves labios de la brisa mediterránea, mientras en el embarcadero los veleros parecen bostezar de aburrimiento. Es un día claro, muy claro para mi gusto y el sol se refleja en las frías aguas de la alberca del hotel, un hotel cinco estrellas con balcones que salen de su estructura y dan la impresión de ser el tecleado de un piano antiguo que toca al unísono una melodía de concreto y hormigón.

Al fondo se divisan las blancas arenas de la playa de donde emergen como si fueran hongos coloridos miles de sombrillas que protegen de los rayos solares a los veraneantes cuasi desnudos, quienes se mantienen en posturas rígidas, pétreas, sin moverse ni un ápice de sus confortables sillas. Es realmente un cuadro deplorable y angustiante, patético, pero curiosamente este almanaque del puerto de Marbella es lo único que rompe con la monotonía enfermiza de esta pocilga en la que me encuentro bebiendo unas cuantas copas de anisado colombiano y debo decirte que es el peor anisado que he probado en mi vida, he de admitir, eso sí, que sus efectos embriagantes son de primera categoría, pues por momentos siento que el cuartucho empieza a girar como esos juegos mecánicos que tanto te divierten y que yo odio sin tapujos.




Me imagino que la penumbra y el fétido olor que emana del sanitario ayudan a potenciar los efectos del licor, o quizás yo también esté predispuesto a sentirme embriagado. Como fuere, mi estado de ánimo está, en verdad, por los suelos.

Bien sabes de mis repentinos arranques paranoicos y de cuanto me gusta fugarme hacia la soledad en esos momentos; llevo ya varios días en que no he visto a nadie, ningún amigo o enemigo se ha atrevido a importunar mi sacrosanta paz, paz de cementerio dirías tú, pero paz al fin  ¿No te parece?

Tú eres la única persona que siempre llega a importunarme, que no respeta mi privacidad ni mi tristeza, eres la sempiterna presencia en mis pensamientos, la que me roba el sosiego y me deprime minuto a minuto sin compasión, sin respetar mi estabilidad mental, que se da maña para estrangular a mi razón y exprimir mi lucidez hasta la última gota. Sin embargo, te mentiría si te digo que estás en mis sueños, nada más alejado de la realidad ¡vamos!, que una piedra tiene más sensibilidad que yo cuando me voy a dormir y, al levantarme, si es que soñé algo, no recuerdo absolutamente nada.

Por desgracia, eso ocurre solamente cuando me entrego a los brazos de Morfeo, el resto del tiempo es una batalla entre mi cerebro y tu presencia, aquel queriendo oponerse y aquella obstinada en querer entrar a donde nadie la ha llamado.

El mesero que me atiende debe creer que soy un auténtico cochino o, como mínimo, un maníaco compulsivo freudiano, pues le he solicitado no menos de veinte servilletas de papel, lo que él ignora es que todas me han servido para garabatear tu nombre y para escribirte estas líneas que nunca leerás. He escrito tu nombre, ¿o lo he dibujado?, no lo sé, me he dejado llevar por la inercia de la melancolía, porque, aunque no quiera aceptarlo, te extraño, hasta me atrevería a decir que me haces falta. Cuando el vértigo me invade empiezo a pensarte, te veo sentada en la mesa de un café jugando a endulzar sin cesar el frío líquido que yace dentro de una taza mientras un tropel de ideas y sueños se arremolinan en tu cabeza, mientras hablas con mi ausencia en un monólogo que se me antoja incoherente y rabioso a la vez.



Tu mirada se estrella en el vacío del mantel y desparrama reproches, que a ciencia cierta, no puedo calificar de justificados, me acusas de ser el culpable de tu dolor, mas nunca piensas en cómo tu intransigencia daña mis estereotipos, cómo lastima mis parámetros de conducta, cómo borras de un plumazo las líneas que he escrito a sangre y fuego sobre mis creencias.

Me pregunto ¿qué sientes por mí?, ¿será amor tu obsesionada manera de conservarme a tu lado, habrá pasión en tu pecho cuando me cortas las alas de la soledad, esas alas que me inspiran, que me llevan hacia la libertad?

Y tu deseo, ¿será igual a mi deseo cuando recorro tu cuerpo de sur a norte, de la a a la zeta, de los pies a la cabeza?, ¿será el mismo deseo tuyo cuando mis labios se trepan a tus pechos encendidos, cuando hacen temblar tu vientre, cuando me adentro en tu sexo como un relámpago de libido y paroxismo?

La locura me ata a tu piel en el momento que penetro en ese bosque inmenso de tu lujuria, en el momento en que tus palabras se transforman en gemidos, en que tu vista se nubla y nuestros cuerpos, ahora uno solo, flotan a la deriva corriente abajo del frenesí. Adoro el gesto adusto que pones luego de pasada la tormenta, al superar el clímax y tus gemidos vuelven a ser palabras que se enredan en el humo de un cigarrillo mientras yo me desperezo y dibujo una sonrisa cómplice en tu ombligo, preparando el camino para otra explosión corporal.

Sin embargo, esa explosión megatónica no llega nunca, ahora eres tú la que recorre mi cuerpo de arriba hacia abajo, de adentro hacia afuera, del valle a la montaña; tu boca se pega a mis poros, me succionas poco a poco la voluntad, lo salvaje es domado, la fiera se convierte en un tierno cachorro. Sí, todo se convierte en ternura, tus dedos eléctricos caminan suavemente sobre mi vientre, tus manos se confunden con mi cabello, tus labios se vuelven beso y alrededor reina el silencio; tú no dices nada, yo no digo nada, ¿para qué?, si las palabras pueden nacer de un simple trozo de servilleta o germinar de una libreta de apuntes no hay motivo para arruinar el gozo con una frase tonta, o cursi, que rompa el encanto.

Y, ¿qué sé yo?, a veces me parece que el sexo se quiere transformar en amor, pero cuánto nos cuesta definir al amor, nada más sé que te extraño, que hasta me atrevería a decir que me haces falta.

Estás sentada en la mesa de un café, la bebida sigue enfriándose, ya no la endulzas.
Sin darte cuenta tu puño aprisiona con fuerza un extremo del mantel al tiempo que escribes en tu mente una carta que yo tampoco leeré, ¿para qué?, si las palabras pudieron decirse aquella última noche, pero el deseo no nos dejó.

Entre nosotros ya no caben las palabras, ni depositadas en los oídos de cada cual, ni esculpidas en una hoja de papel. Solo caben el odio y el amor sin saber cómo son, de dónde vienen y qué rumbo tomarán.

Yo te amo y te odio, tú me odias y me amas y en cada extremo el silencio se niega a abandonarnos, así se nos va la vida, así nos encontrará la muerte.

El mar sigue en calma, los veleros no dejan de bostezar, la claridad solar me ofende más ahora y los veraneantes continúan petrificados. Marbella sigue allí, el almanaque sigue allí, patético, intrascendente; ya es de madrugada y el mesero me ha pedido que me retire, el anisado se acabó y se niega a darme más servilletas, pero no me desanimo: mañana volveré y el almanaque seguirá allí, mas tú ya no estarás ni yo te extrañaré.





II




Dos palabras, un telegrama. Eso fue lo último que te envié a despecho de mi soledad. Dos palabras, fáciles de decir, tan difíciles de experimentar. ¿Crees que estoy loco o que simplemente soy un farsante?, tómalo como quieras, que realmente en estos momentos no me importa nada.

Sé que te necesito, sé que te extraño, pero más aún sé que te deseo, deseo tu cuerpo entero con todo y sus sonrisas y sus lágrimas; añoro acariciar tu vientre, llevar mis manos por tus piernas palmo a palmo y humedecer mis dedos en el agua mágica de tu fuente; me muero por besar tus pechos y mordisquear los lóbulos de tus orejas para después reposar mis labios sobre los tuyos al tiempo que absorbo tu respiración y al final, con el aroma a hierbas de tu cabello revoloteando en mi nariz, poseerte, hacerte mía muy despacio, como si el tiempo se quisiera terminar de una sola vez .

Decir - Te amo-, ¿será decir necesidad y deseo?, no lo puedo afirmar con certeza, como tampoco ahora me siento capaz de definir el amor porque me siento bien contigo y sin tí.
Es extraño, a pesar de saber que te acuestas con aquel tipejo, que compartes sus sábanas, como lacónicamente sueles decir; no siento celos ni angustia, es más, me es totalmente indiferente lo que haces cuando no estás junto a mí. 


Eres importante, muy importante, cuando estás conmigo, aunque discutamos por nimiedades a cada momento como dos chiquilines, aunque nos separe un abismo de años, cosas de la edad diría tu amiguita, la que cree que me buscas por mi dinero. Y perdona que me refiera en términos tan despectivos a aquellas personas que de una u otra manera tienen relación con ambos, pero me hastié de las falsas apariencias, de dar las gracias cada vez que nos tienden una copa de veneno aparentando ser un fino champagne.

Las palabras se las lleva el viento, creo que a los sentimientos también y al final, palabras y sentimientos solo son un recuerdo cuando vemos que hemos andado sin ataduras por la vida. Debo ser sincero contigo, pues nada me incomoda más que la mentira y la hipocresía, aún a sabiendas de que lo que aflora en estas páginas en blanco te desmoralice y te haga despreciarme, algo en que tú y yo sabemos, eres especialista.

Parece ser que la vida siempre es una rutina. Tú con Victoria y la extranjera esa, Brigitte, que se cree con derecho a corregir cuantas veces le plazca mi forma de hablar, ¡al carajo con ella!; empecinadas en recorrer todos los bares y cafetines de la ciudad, contándose sus cuitas y ocultándo sus vergüenzas, sus bajas pasiones, sus verdaderas frustraciones. Y al final de la noche cada una y cada cual se entregan a sus aburridos amantes para dormirse pensando en alguien a quien no conocen, pero que esperan sin dudar.

Esa bendita rutina es la que te hará creer que igualmente paso mis horas deambulando por todos los hoteles de lujo de esta desesperante metrópoli gastándome las fuerzas en libaciones y lujuria, sin embargo debo decirte que te equivocas de cabo a rabo. He decidido dejar de lado tu existencialismo y me he dedicado a vagar por los tugurios más espeluznantes que puedas imaginar, he recorrido las bajezas humanas, pero no me he solazado con ello, te lo aclaro; por el contrario este tour ha cambiado mi perspectiva del mundo y no dejo de sentir cierta depresión por las cosas que no me es dado cambiar.

Te preguntarás ¿por qué te escribo estas divagaciones?, pero son estas correrías las que han hecho que me cuestione sobre mi vida anterior, son las que han provocado que dude de la existencia del amor.

Tu suspicacia me asombra, lo que piensas ocurrió en realidad. Yo lo llamo casualidad, otros le llamarán destino, como sea, lo cierto es que conocí a una persona de tu misma edad... y es tan distinta a tí, de hecho no tiene la fortaleza de tu carácter, pero su introspección me fascina y me ha destrozado, ella también, los esquemas.

Sí, estoy seguro que esto no es un affaire (perdona mi francés, no es tan exquisito como el tuyo, no es ni siquiera bueno, lamentablemente sabes que me gusta presumir de docto aunque no lo sea y tarde o temprano suelo quedar en ridículo, gajes del oficio, ¿no crees?) No, ¡no lo es!; ella pareciera ser tu complemento, qué paradoja, ¡tu complemento, no el mío!, lo que te hace falta ella me lo da y lo que tú tienes de sobra no se encuentra en ella. Las dos me hacen feliz, entendiendo la felicidad a mi manera, a las dos las odio y las amo, las necesito y las desprecio.

Creerás que me contradigo al hablar de amor, es probable. Mas, de alguna manera debo llamar a esta vorágine de sensaciones que me agobian y me ponen, en serio, de muy mal humor. Con todo, no logro entender lo que siento por tí y por ella, que no es ninguna perra como lo piensas.

Me exaspera tu sentido de la pertenencia, aún no terminas de entender que el amor, si acaso existe, es libre, no es de nadie en exclusiva. Admiro, eso sí, la lucha que mantienes entre considerar apropiado lo que quieres creer y lo que tu formación autárquica y atávica  dice que es bueno y moral.

Y te entiendo porque yo no he logrado superar todavía esa dicotomía filosófica; creo, a pesar de todo, que si fuese más libre, lo conseguiría.

Te doy mil disculpas por esa afición mía a disgregar. La única importante de esta esquela con aires de manuscrito eres tú, y a tí me debo sin excusas, sin cortapisas.

Sucede que me he involucrado tanto con tu presencia que casi te puedo ver aunque no estés; por momentos siento que leo tu pensamiento y te hablo como si te tuviera frente a mí, a tal grado que hasta escucho tus respuestas a mis razonamientos y me incomodo cuando rebates de manera imperturbable mis opiniones.

Dos palabras, un telegrama. ¿Qué más se le puede pedir a un amor clandestino, moralmente prohibido y socialmente rechazado, pero que a veces parece tan sincero?
Sigo escribiendo en servilletas, en hojas de menú y en manteles porque no me atrevo a enviarte una carta formal, con estampillas, sobre y una dirección de remitente.

Tengo miedo de perderte a pesar de saber que sí te he perdido y de no saber si el destino cruzará nuestros deseos otra vez; cuando yo regreso a la ciudad tú estás en la casa de campo de Ricardo o vas con tu amante por los caminos de Santiago de Compostela.

Y si decido emprender también un viaje, tú te refugias entre el caos del tráfico o te pasas las tardes disfrutando de juegos de azar con Victoria y esa estúpida sueca que habla hasta por los codos. En verdad, no sé cómo soportas su compañía.

Anoche decidí regresar al Hilton, donde me encuentro hospedado desde que llegué a Caracas, claro que eso de estar hospedado pareciera ser sólo en sentido figurado ya que , como te expliqué, he deambulado por todos los barrios bajos de la ciudad y te aseguro que pasará mucho tiempo para que las cloacas, el lodo, el humo, la tierra y el hambre se fuguen de mis ojos, los tengo tan llenos de tanta podredumbre que cuando ingresé al lobby del hotel me ofendió tanto lujo, tanta plasticidad y el silencio del recinto zumbaba en mis oídos de tal manera que me pareció por un momento que un enjambre de abejas asesinas se abalanzaba sobre mí. Qué cara de espanto he de haber tenido que el botones se persignó acelerada y repetidamente procurando alejarse de mí lo más posible.

Te estarás preguntando cómo encaja Ana, mi nuevo “amor” en todo esto, dónde la conocí y si ella pertenece, así mismo, a este submundo en el que gravité, y he de contártelo, no ahora, por supuesto, quizás lo haga en otra misiva, que al igual que las anteriores, nunca te enviaré.

Nada más puedo adelantarte que mi encuentro con ella fue algo fortuito, una especie de oasis en medio del desierto, y si tengo que definirlo de alguna forma es únicamente achacándole a la mano de Dios la responsabilidad.

Después de pensarlo mucho tiempo decidí abandonar Caracas el próximo miércoles y partiré rumbo a Buenos Aires, donde pienso asentarme por un buen tiempo, tan largo como pueda para desintoxicarme de tí y de Ana. Tal vez allá si pueda dedicarme con entusiasmo a los bacanales y la fornicación, a construir un paraíso irreal que me permita olvidarte aunque sea por un instante, que eso ya es bastante pedir.

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