viernes, 27 de agosto de 2010

VOS GUATEMALA MIA, QUE TE VAS



      ¿Cuántos calendarios han vuelto sus hojas a la memoria del tiempo, cuántos pantaloncillos cortos y pantalones remendados han ido a parar al cesto del recuerdo?, son muchos, sin duda,  son tantos, que se arremolinan en nuestra memoria y nos invitan a salir de paseo cuando la melancolía va a nuestros ojos de visita. 

Sin embargo, duele saber que, así como los dientes de leche  de la infancia fueron secuestrados por un ratón invisible con aires de banquero, vos Guatemala mía sos plagiada por la tenebrosa pantalla de un ordenador que te encierra y te amordaza dentro de un circuito, que te pinta de progreso y te viste de desarrollo para no volver atrás.

      Mas, sé que aún en la calle polvorienta del pueblito cualquiera o en la angostura del barrio, todavía el  sueño juega capirucho con las campanas de las iglesias coloniales. 

Es ese recuerdo de cara sucia y medias caídas que por las tardes, después de la escuela, lanza el trompo de madera que arremete dormilón contra la tapita aplastada o el centavo miedoso y los vuelve canto de estrellas en medio de las primeras lluvias, lluvias que antaño eran grises y tristes, que gota a gota formaban un silencioso aguacero, gotas de agua bendita que como sombrero de Esquipulas llevan prendidos ronrones marrones y negros chequenes, luchadores formidables en la arena de madera circundada de paletas de helado.

       Pero, esa bendita agua del cielo no traía solamente el verde de los campos y el rojo sangre de las rosas y claveles de mi pueblo...

 Cuando la luna de invierno disponía lavarse la cara, se lavaba con las notas de Mi Palmarcito Querido, notas  que se estremecían de melancolía en las cuerdas de la guitarra de Danilo Rivera y la voz de Héctor Gaitán abría la puerta de lo desconocido; aquel-“Como me lo contaron, te lo cuento…”- daba entonces vida a Lloronas y Cadejos, Siguanabas y Duendes; carboneras ambiciosas y carruajes mortuorios nacían cada noche en los barrios de la Recolección, la Parroquia Vieja, Candelaria, la Merced y San Sebastián.

      El cerrito del Carmen se erguía misterioso recortando su alba figura sobre el horizonte e imponente era saludado por espíritus milenarios que desfilaban por el potrero de Corona y que un buen día se marcharon espantados por los ladrones y asesinos que merodean hoy por sus faldas.

      Y cuánto más pienso en ello, más lejano se me hace. ¿Dónde estarán ahora aquellos domingos en el Hipódromo del Norte repletos de cansados árboles y luz de mediodía?, hipódromo vestido de campo con su mapa en relieve contando estrellas y sonriendo de contento por sentirse limpio y acicalado como para ir de fiesta. 

¿Dónde aquellas tardes frías de noviembre en el parque de la Industria, esas tardes manchadas de celajes violáceos que volaban barriletes de colores y ponían telegramas a las nubes para contarles las cuitas de amor de las parejas clandestinas?

      Decime vos Guatemala, ¿qué se hicieron las carretas de cojinetes, esas carretas raudas, desenfrenadas que lastimaron tantas rodillas y despedazaron otros tantos zapatos?. 

¿Dónde tenés escondidos los quiebradientes, las bolitas de miel, las canillitas de leche y los dulces de guayaba que dormitaban despreocupados en el interior de aquellos frascones anchos y que olían a mostrador de tienda de barrio; que bostezaban bajo la luz mortecina y amarilla de una vela de cebo y que, en cuanto se descuidaba la noche, jugaban al avión sobre la baldosa humedecida por la nostalgia?

      Decime ¿con quién jugás ahora a la pelota de trapo en los callejones, con quién pateas piedrecillas y latas oxidadas para meterle un gol a la alegría; con quién repartís carteritas de fósforos o corcholatas aplastadas en los juegos de cincos o a la cuarta?

      Contame mi Guatemala adorada si alquilás todavía bicicleta a cinco len la media hora para pinchar con suspiros en los atajos o bañarte desnuda en las  pozas del sueño para luego robarle frutos y mazorcas al destino.

       Te me vas Guatemala, indita de perraje oliendo a nixtamal; te me vas Guatemala en los trinos de los chipes, en el canto de las chorchas. 

Subís al firmamento al compás de Tenis Club, mientras en el ferrocarril de los Altos saboreás unos chuchitos calientes y al alba abrís tus ojos y tus oídos al tiempo que Centroamericanas te cuenta de las noticias fresquitas, calientes como pan de a dos.

     ¿Te acordás cómo el lamento del indio se cobijaba asustado en el regazo de Chapinlandia que a las cuatro de la tarde contaba de tus ríos, venas milenarias; de tus volcanes, pechos encendidos; de tus lagos cristalinos, lunares de espejo; de tus mares bravíos, libido del tiempo y de tus bosques vírgenes, ese misterio verde hoy vendido a las mineras, a la sierra asesina y al cazador desalmado?

      En algún lugar del espacio deben estar el primer cigarrillo de tuza y el primer trago en octavo que, clandestinamente, te decían que los pantaloncitos cortos irían a dar a una desvencijada gaveta del gigantesco ropero familiar.

       En algún lugar del infinito aún habrá fiestas con marimba y las casonas estarán adornadas con hojas de palma y regadas con pino despenicado. 

En algún lugar deben estar, subversivas, aquellas cantineadas con poemas y serenatas que a hurtadillas se pintaban de llanto y corazones atormentados.

       En algún lugar, digo yo, la tristeza alberga a los toritos repletos de fuegos pirotécnicos, los tamales, los nacimientos gigantescos que llenaban un cuarto especialmente acondicionado de cuyo techo se desprendía un tafetán herido por inmensas bombas de cristal y que más que nacimiento parecía el hospicio con tanto niño Dios desparramado entre ranchos de paja y embrellados que no podían escapar ante la férrea vigilancia de largos cordones de manzanilla que oraban en una misa de gallo eterna y sencilla.

       Ahora, donde antes hubo adoquín y laja hienden las luces el gris pavimento; donde otrora el río Polochic se desbordaba a través del hormigo hoy el ruido y la estridencia son el amo y la señora de los corazones. 

Donde en tiempo viejo la vieja luna se afanaba en dormir a la obscuridad  acurrucándola entre escombros, hoy se yerguen moles de concreto insípidas,  repletas de un lujo vacío y anodino.

       Te vas de mí Guatemala y te llevás en el morral de Chichicastenango la escudilla de pepián, el plato de pinol y los plátanos en mole. 

En tu corte de texel se van los caminos de mi pueblo, se va el insomnio y la angustia del olvido, se va el primer amor de adolescente, ese que nunca muere y se nutre del recuerdo.

     Vos te vas Guatemala y en tus sandalias te llevás el polvo del pasado, las piedras de la muerte y los pasos mal andados. Se van también las ganas y el deseo, se van las lágrimas y las alegrías de quienes engendraron y fueron padres, que nacieron y fueron hijos, que crecieron y fueron hombres y que finalmente murieron y hoy son tierra fértil.

      Duele que me dejés y adentro de tu blusa se vayan los bailes de moros y ya no se oiga el estrépito de los latigazos del mico que así espantaba a la incansable patojada que le halaba la cola.

       Duele que se vaya, rodando despacio, el antiguo tren del hipódromo que vuelta tras vuelta abría mundos de fantasía, que traspasaba anhelos y por su chimenea lanzaba bocanadas de carcajadas infantiles. 

Duele que me dejen el yeso y la almohadilla de la escuela pública, que desaparezcan encerradas en lágrimas de adiós las chamuscas en los patios escolares y las refacciones con pan francés y polenta.

        Ya no reirás con inocencia destelevisada, no más trompos ni capiruchos ni capiuzas para ir a chapotear a lo prohibido; ya no más sueños de cara sucia y cabello despeinado, ya no más…

       Y ya aquí, en medio de las responsabilidades que dan los años, volteo mi vista hacia tus negros cabellos que se enredan en el farol de la esquina mientras descansás en la banqueta y un llanto furtivo rueda por tu cara de monja blanca al recordar el circo de barrio, de pueblo, circo de carpas remendadas con pistas de polvo y payasos burlones; que desapareció aplastado por la butaca de una sala de cine y fue mancillado por el video casero.

       Aunque no quiera, el recuerdo insiste en viajar a la calle donde tú vives, suplica arrullarse con las consejas de Lara y desea comerse un pedazo de centro histórico junto a don Miguel Angel, para seguir viviendo, para enterrar al olvido en los libros de historia.

       Yo se que te vas mi Guatemala, afortunadamente yo… ¡me voy con vos!


Juan M. Solís

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