lunes, 25 de octubre de 2010

CUANDO VUELVAS












Cuando el aire se torne gélido y violento

y despeine tus frustraciones y añoranzas;
cuando las nubes jueguen chiviricuarta
en el cielo repleto de azul
porque se ha bebido tu niñez
y en las tardes el sol caprichoso
desparrame naranjas y violetas sobre el algodón viajero.

Cuando la madera cimbre sus notas sonoras
en tu corazón de hormigo
y el amor responda a la distancia con suspiros;
cuando las chicharras busquen nido
entre susurros de tierra dormida
y las sharas y los chipes te enamoren con sus trinos.

Cuando aquellas canicas de vidrio jaspeado
se conviertan en estrellas de mil colores
y surquen el polvo amarillento
dejando tras de sí huellas de alma bendita;
cuando la carreta de cojinetes se deslice rauda
hacia tus confines de pantaloncito corto
y aterrice pícaramente sobre la grama del recuerdo.

Cuando el barrilete hecho con papel de sueño
se eleve buscando besar a la luna,
luna de queso duro, con rostro de conejo
y desafíe al Dios del Viento
apartándolo con su cola de periódico sucio y viejo,
cansado de esperar una gracia de ternura;
cuando las canillas de leche
y los chocolatitos envueltos en rosado plumaje,
dulces terroristas,
atenten contra el bolsillo de papá
y las bolitas de miel y los quiebradientes
se transformen en agua de poza, río de loma,
donde se empapen las medias caídas y los zapatos ufanos.

Cuando el trompo de madera gire
y amenace al cobrizo centavo
que dormita solitario en la banqueta de la plaza,
trompo que arremolina verdes teléfonos
y violáceas campanitas al paso del duende
que estalla en la inocente frente,
cual globos de celofán,
aquellos amarillos huevitos sembrados por Dios
a la orilla del destino.

Cuando el abuelo deshoje la historia
y la leyenda surja como mágica paloma debajo de su manga,
vestida con ojos de Cadejo, gritos de llorona,
cuando el Sombrerón hechice a la noche de largos cabellos
con su guitarra española
y una mano santa
con la escobilla espante a la tétrica Siguanaba.

Cuando la patrona del pueblo
se adorne con sacro rosario
y descanse en el beso devoto su tibia mirada,
mientras en la calle el bullicio
se atraganta de garnachas y algodón de azúcar.

Cuando el fuego purificador destroce al árbol muerto
y expulse de todos los rincones caseros al diablillo travieso, 
que de brinco en brinco, entre cohetillos y canchinflines,
pide a gritos la sombra del entierro 
para que al día siguiente, en perfecta comunión,
los mortales querubines se ofrezcan benditos
a la Virgen de Concepción y ella, madre amorosa,
les regale con un guiño de ojo
toritos incandescentes, que intrépidos y desafiantes,
arremeten burlones contra el infantil tropel.

Cuando tu piel se pegue a la sonrisa de Juan Diego
y las fotos instantáneas graben en güipil tu mirada
y los buñuelos salten como sapitos de masa
huyéndole al hirviente aceite;
y las tostadas crujan de placer
al derramar frijoles con salsa y frío guacamol,
adornadas coquetamente con aros de cebolla y verde perejil.

Cuando el aserrín manche cada poro de tu risa
y el pino y la manzanilla
embriaguen el ambiente con su presencia
y la flor de pascua llene de carmesí
las paredes y las verjas;
cuando las patas de gallo caminen en el ensueño
y el musgo enrrolle las ilusiones con mil tentáculos
y el paxte se descuelgue ágil, malabarista,
cual gris catarata,
para rellenar orgulloso el pesebre de paja dorada.

Cuando San José y María
busquen la posada divina
y se arrullen con los cantos peregrinos
y la calle se alegre con el tun tun de la tortuga,
mientras la noche se baña con ponche de fantasía;
cuando los pastores de barro cobren vida
embrujados por la arena del tiempo
y con sorpresa ofrezcan ovejitas de mil tamaños
al pequeño Niño Dios que ha nacido.

Cuando la estrella brille en la misa de gallo
afónica por cantar villancicos
y golosa se arrime a la lima, la chicha y el ayote;
cuando la hoja de palma abanique tu futuro
y el tamal colorado sea cómplice
de dulces uvas y rojas manzanas,
de nueces rebeldes y rompope casero.

Cuando den las doce 
y el Niño Jesús
se vuelva abrazo y un te quiero,
se vuelva mundo pasado;
cuando, amado hijo,
seás patojo otra vez
tené por seguro
que seguirás siendo hombre
y aún en la muerte y el olvido
podrás contar conmigo:

TU PADRE...


Juan M. Solís

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