Si un día dejaras de parir tus notas de nostalgia indiana, esas notas que maman de tu vientre de hormigo la leche bendita del son cadencioso y que al atardecer juegan traviesas en el columpio que describe el aire...
Si un día lanzaras un grito borracho de tristeza para decirle a las nubes que el estertor de la muerte clavó su guadaña en tu pecho de india bonita y el ocaso se manchara de olvido con tu sangre milenaria...
Si un día perdieras tus manos invisibles y dejaras de asir la melodía cristalina que se escapa al espacio para ser el sueño del cacique dormido que se acurruca junto a la hoguera solitaria...
Si un día tu boca y tu lengua no tararearan más las corrientes de los ríos, ni silbaran el color de los trigales; si no lamieran más las faldas de los volcanes y tus deseos de lava ígnea no se vertieran en el rostro del destino...
Si un día tu voz no se desplazara cabalgando en el viento del norte por la cordillera y llegara a la cima de las grandes cumbres, de los pétreos cerros; si no hablaras más con el silencio ni sorbieras lentamente el verde de los árboles y te peinaras en el azulespejo de los lagos...
Entonces te daría yo mi corazón para que lo volvieras fibra de madera, para que lo convirtieras en tecomate repleto de melancolía.
Te daría mis manos y mis dedos para deshojar jardines enteros y elaborar alfombras de muchos colores sobre el camino muerto que huele a distancia.
Entonces te daría mi carne y mis huesos para transformarme en caja de resonancia, en tecla lustrosa o en negra baqueta que sonorice arcoíris y amaneceres, que desplome clavellinas hacia el útero de la Madre Tierra y se ponga a descansar entre los escombros de una noche de luna.
Y mi boca la transformaría en eternidad, en largo lamento, sería paisaje para alejarte del destierro, y te daría un beso furtivo escondido tras una maraña de acordes fugitivos.
Te daría, entonces, mis piernas y mis pies para sostenerte en el vacío, para afirmarte en los cuatro puntos cardinales, para volver sonido el murmullo del Atlántico y hacer melodía con el oleaje del Pacífico.
Te daría mi alma canora para volver selva de fusas el desierto; para disparar corcheas al firmamento, para matar en clave de sol a la indiferencia y aniquilar al tiempo viejo con ráfagas de sentimiento...
Te daría nada más mi vida para renacer marimba de entre las cenizas del recuerdo; te daría nada más mi muerte para volverte amor marimba y de tí marimba hacer una oración.
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