jueves, 16 de junio de 2011

EL INVENTOR DE LA ALEGRIA

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EL INVENTOR DE LA ALEGRIA



La tarde se inventa un otoño que no es otoño, es primavera, una primavera eterna que eternamente es verano y en seis meses se vuelve invierno. La tarde se inventa un aire transparente y pinta en el lienzo del recuerdo una callecita dorada por el polvo en cuyas orillas se levantan difusas casas de adobe pintadas en su exterior de azul celeste, de azul cielo, de verde esperanza, de amarillo huevo, de rojo teja, de blanco hueso... de cal marchita.

Por esa callecita un rayo de sol sale a despedirse de unas matas de chichicaste que dormitan sobre el derruido muro que se aferra a la esquina donde termina la calle. Una brisa tenue levanta un avioncito de papel derribado en la guerra de los sueños y que fue abandonado por sus tripulantes dejándolo a merced de las huestes del olvido y la tarde... la tarde se inventa muchas macetas en las ventanas, macetas sembradas de chatías y pelargonios chinos que se enredan con sus brazos amarillos a los oxidados barrotes del balcón.

La tarde lanza un bostezo de aburrimiento y se entretiene exprimiendo al sol sobre las nubes para beberse un jugo de naranja, un batido de piña, un fresco de rosa de Jamaica mientras empuja cadenciosamente a éstas en un viaje sin destino preparándolas para ir a dormir cuando la noche se acerque sigilosa a tragarse el crepúsculo.

Mientras tanto yo me invento una tarde repleta de otoño, primavera, invierno y verano, verano que en seis meses se vuelve invierno triste, plomizo, melancólico, que se cubre de la lluvia con una capa azul pavo y se protege los pies con unas botas de hule rojas al tiempo que salta jubiloso entre los charcos cristalinos de la callecita que inventó al recuerdo.

Y el recuerdo me inventa a cada momento, me hace caminar por el polvo dorado de la vida, esa vida que huele a muerte, de muerte que se llena de vida y vida y muerte abren la puerta del pasado.

Ante mis ojos aparecen las risas inventadas por un puñado de patojos que corretean tras una pelota plástica por aquella callecita dorada que una tarde inventada inventó también. Y el polvo se levanta como la cortina de un teatro que cambia tramoya para poner en escena el reflejo límpido de una poza haragana que todos los días se asea los dientes con un diente de león, que le sonríe a los cardos y coquetea con el silencio...

Lentamente me aproximo a la poza y me lavo la cara con sus estrellas, sorbo a sorbo me bebo la mañana y luego estiro mi cuerpo sobre la mullida alfombra de cucuyús. El cielo parece caerse ante mis ojos y gira en alocado torbellino hasta hacerme perder el sentido y hacer la siesta con la inocencia dibujándose en mi sonrisa.

La vida inventa a la muerte, la muerte inventa al recuerdo, el recuerdo inventa mis sueños y yo invento a la tarde que inventó la callecita, la calle inventa al pasado y el pasado inventa la vida, la vida que ha venido cincuenta veces de visita cuando yo no estaba porque andaba jugando
a la tenta por senderos prohibidos, porque andaba de capiuza correteando ardillas y espantando ranas en el estanque.

Cincuenta veces vida, cincuenta vidas hace que pateo piedras por el camino, que subo árboles desnudos, que salto entre paredes y me escondo del regaño tras una roca dormida...

La tarde inventa un canto de pájaros que se levantan al alba y se acuestan con el ocaso; un canto de umbra y penumbra, que hace nido en la copa de un pino y picotea el tronco podrido. La tarde inventa un vuelo de pájaro que planea despacito, un vuelo que sacude las gotas de rocío y juega canicas con ellas en los canales de algún parque; un vuelo que usa estreno de domingo y guarda para la semana los zapatos rotos, que se persigna una y cien veces y se va a misa bien peinadito, oliendo a glostora.


Cincuenta muertes que no se mueren, cincuenta vidas que no me encuentran, cincuenta besos que no nacieron, cincuenta Te amo que nunca dije, barajo y reviro en contra... estancado, electrizado
y el trompo sigue girando, el centavo tiembla de miedo prisionero del polvo dorado de aquella callecita que la tarde inventó otra vez.

Y yo invento al amor que tanto quise y jamás tuve, al amor que tanto tuve y jamás quise, al amor que quise y tuve y al que no quise y no tuve... y el amor se restriega los ojos para subirse a una rueda de caballitos.

Y el amor se trenza el cabello, se pinta los labios con el carmesí de una manzana y burlón da media vuelta sin despedirse, camina despacio meciendo el andar como goleta en mar abierto y ya muy lejos me lanza un beso, que nunca tuve...

Pero ese beso que nunca llega estalla en una tarde que yo inventé y de su vientre el beso saca un conejo mago, ilusionista que inventa con el giro de  una pata a la alegría.


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